Soy una canadiense de la provincia de Quebec, muy orgullosa de mi cultura e idioma franceses. He crecido en un pueblito escondido en las montañas de Las Laurentides, en donde surge un bonito lago a cada kilómetro cuadrado. La casa de mi familia está ubicada a cinco metros de un lago verde. Durante mi niñez y juventud, tenía la suerte de ir a nadar 2 a 3 veces al día durante el verano.
El deseo de consagrar mi vida a Dios nació con el testimonio de mi mamá y de las cuatro hermanas CSC que enseñaban en el pequeño colegio primario de Lac-du-Cerf.
Cuando continué mis estudios para ser profesora, mi vocación fue solidificándose. Mirando a las hermanas de Santa Cruz, yo las veía inteligentes, felices y educadoras y quería ser como ellas. Entré a la Congregación cumpliendo mis 19 años.
Voy a evocar aquí cuatro momentos importantes de mi vida en Santa Cruz:
- La amistad que he desarrollado con algunas compañeras. Ellas me procuran todavía el único lujo en la vida «las relaciones afectuosas» (St-Exupery).
- Mi retiro de 30 días, donde descubrí un Jesús totalmente humano, solidario con nosotras en todo (excepto en el pecado).
- Mi trabajo pastoral en un colegio secundario con un sacerdote. Él me enseñó tres dimensiones, que hasta hoy son evidencias en mi vida: soy capaz de crear algo nuevo; Jesús resucitado nos acompaña; y para enseñar, la experiencia vale más que la charla.
- Mi experiencia de animar grupos de duelo. Allí aprendí y verifiqué cómo la liberación del dolor es el resultado de la identificación y de la acogida de nuestras emociones.
Después de 43 años de experiencia en Santa Cruz: ¿Dónde aterrizo con la gracia de Dios?
En el noviciado de Canto Grande, acompañó a las novicias en su vida cotidiana y en sus clases. Disfruto de ayudarles en su crecimiento integral. Nuestra convivencia es para mí, un regalo y un desafío. Maravillándome de sus avances en todos los campos, crece mi esperanza para el futuro de Santa Cruz.
Pienso que este porvenir, depende de la capacidad de dar manos y pies a nuestros deseos profundos. Podremos hacer obra de resurrección, si nos disciplinamos cada día a encontrar al Viviente en la oración y en los grupos en los cuales nos comprometemos.
Mis sueños:
Tengo un sueño muy realista: que cada una de nosotras cuidemos tanto nuestra salud, que podamos seguir acompañando al pueblo hasta la edad de 80 años, al ejemplo de nuestras predecesoras.